Fosforito
Fosforito Canta, enrojecido, para sacar el mal y meternos la pureza dentro. Una escultura de piedra, con las palmas congeladas, en Alhaurín me han puesto. En casa, me siento con las rodillas separadas con la espalda adelantada, preparando lo que será el estruendo de una palmada ya no me toco las palmas, ya no me estallan. Relucen las escamas de los boquerones crudos de Málaga infectan de humedad los dedos, me los acerco y los huelo. Los observo. Con el silencio, la voz se hace muda para mirar; en una penumbra de la casa retrocedo hasta el cabello de la hija de mi hijo, hasta sus ojos de tierra, y siento en un recuerdo sus manos en mi cabeza. Camino por las rayas discontinuas de la carretera evitando los bordillos altos y falsos, prefabricados, hasta llegar al huerto. Me agacho para abrir el portón, que siempre choca con la parra. Allí, en mi silla desvencijada por la intemperie dejo mi cuerpo pesado. P