Descubrir un lugar. El conservatorio


Casi como una necesidad de huir del ruido de coches que pasan y motos con estruendos consentidos, busca uno algún lugar donde descansar sus dudas.

Y apareció uno, justo donde solo se intuía un vado, desde donde vigilan la entrada las motos como caballos que hacen guardia.
De allí, salía una calle estrechita y en cuesta que concluyó en una plaza con jardines y música, algo así como un arroyo de montaña que al bajar de una cascada se expande en forma de lago silencioso.
Y junto con la meditación en suspense se empezaron a oír notas musicales que flotaban alrededor. Eran músicos dentro de los edificios que me rodeaban, músicos ensayando en clase de piano, de guitarra, flautas traveseras, y otros instrumentos tan agradecidos en ese instante.
Han quedado fuera del edificio y sus jardines los estruendos de sirenas y sus prisas innecesarias, exageradas. Y dentro tanta paz como la de los músicos que llegan y el viento que despierta las hojas y la piel de la cara.
Desde allí, se suceden casas de cuarterones blancos, casas que tienen alma. Un buque que corta el viento parece el edificio de la esquina.
Anochece y alguien que se levanta enciende una luz a la que le cuesta arrancar, y a este conservatorio misterioso de calma no se le oyen las tripas en su cerebro, sino notas musicales.

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