Fosforito

Fosforito

Canta, enrojecido, para sacar el mal
y meternos la pureza dentro. 
Una escultura de piedra,
con las palmas congeladas,
en Alhaurín me han puesto.

En casa,
me siento con las rodillas separadas 
con la espalda adelantada, preparando
lo que será el estruendo de una palmada 
ya no me toco las palmas, ya no me estallan. 

Relucen las escamas de los boquerones crudos de Málaga 
infectan de humedad los dedos, 
me los acerco y los huelo.
Los observo. 

Con el silencio, 
la voz se hace muda para mirar;
en una penumbra de la casa
retrocedo hasta el cabello de la hija de mi hijo,
hasta sus ojos de tierra, y 
siento en un recuerdo 
sus manos en mi cabeza. 

Camino por las rayas discontinuas de la carretera
evitando los bordillos altos y falsos, prefabricados,
hasta llegar al huerto. 
Me agacho para abrir el portón,
que siempre choca con la parra. 
Allí, en mi silla desvencijada por la intemperie
dejo mi cuerpo pesado. 

Pajarillos de Alhaurín cantan,
entre un vientecito de otoño
que me trae de donde nací, 

mis recuerdos de Puente Genil. 

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